¡Volvimos a escribir y estamos muy felices!
Ya sabemos que por el título quieren conocer la historia que queremos contar, pero primero tenemos que agradecerte por volver a leernos y contarte que estamos muy motivados a volver a escribir nuestro blog que habíamos pausado por mucho tiempo.
Si nunca nos has leído o quieres volver a leer nuestro blog, acá te dejamos una lista para que entres a la que desees y conozcas un poco más nuestro proyecto.
2. Trabajar en casa con dos hijos.
3. Lo que la fotografía nos recuerda.
4. Nuestra primera boda como fotógrafos, con cámara prestada.
5. El fotógrafo de tu boda no lo elige tu wedding planner.
6. ¿Es realmente cara la fotografía?
7. Qué es trabajar con Gisela.
9. La fotografía, mi memoria agradecida.
10. La fotografía no es nuestro pasatiempo.
12. Una cuarentena de negativa a positiva.
13. Cómo es el trabajo de un event planner.
15. Una boda con Josué de pajecito.
16. Desempleados a una semana de la boda.
18. Celebraciones en tiempo del Covid-19.
Ahora sí, al grano. Esta historia hace parte de nuestra nueva categoría de Historias de terror fotográfico. No hablaremos de espantos ni brujas, pero sí de cosas que nos asustan más. Hoy queremos contar el día que fotografiamos a la persona que no era.
Hace como 7 años teníamos programadas unas fotografías de Primeras Comuniones y nosotros estábamos a cargo de tres niños. Generalmente, este evento es comunitario y aproximadamente 300 niños pueden recibir el Sacramento en la misma celebración. Conocíamos a dos niños, pero no sabíamos quien era la tercera niña. Antes de iniciar la Eucaristía el papá de la niña nos describió que su niña tenía una corona en la cabeza y, además, iba a ser una de las que presentara ofrendas. Con esa descripción era suficiente… creíamos. En el ofertorio estuvimos muy atentos y vimos a la niña con corona cargando una ofrenda. La fotografiamos y la teníamos identificada para el momento de recibir la Comunión. Igualmente, desde que hacía la fila para comulgar, la reconocimos y la fotografiamos. Todo iba muy bien… creíamos nuevamente.
Al terminar la Eucaristía, el papá de la niña se acercó a nosotros para pedirnos una foto específica y, cuando vimos a la niña, “en ese momento Cell sintió el verdadero terror”.
Muy bien. Adivinaron. No era la misma niña. Sí tenía corona en su cabeza, pero no era. ¡No era! Pueden reírse como lo hacemos nosotros en este momento, pero en ese momento no nos reíamos. Estábamos pálidos. Nos mirábamos y sabíamos que teníamos un problema grande en frente. Nos pasaban mil cosas por la cabeza y no sabíamos qué íbamos a hacer.
En todo caso, no dijimos nada. Fuimos luego a la recepción y allá mismo íbamos a hacer el fotoestudio de los niños. Se nos ocurrió la idea de recrear la imagen y hacer montaje. No podíamos hacer más. Sí, pueden pensar que qué pocos profesionales éramos, que qué falta de comunicación, que era mejor decir la verdad, que qué poco éticos… lo que quieran; pero esas cosas las pensamos nosotros también y nos dimos muchos golpes de pecho. ¿Qué hicimos? Pues el montaje en Photoshop.
Para nuestra mala suerte, la niña era poco dispuesta para las fotos y no quería. Le costaba mucho sonreír natural y quería irse a jugar, pero teníamos qué tomar esa foto. La convencimos de tomarle una foto de rodillas en la misma posición en la que comulgó. Le propusimos que, si se dejaba tomar esa foto, nosotros la dejábamos tomar unas fotos con nuestra cámara. Tremendo negocio sucio. Entramos al salón y, viendo la otra foto de referencia, la organizamos y le tomamos la foto. Sí, también tenía la boca abierta.
“Uy no, qué pena”, pensarán ustedes. Nosotros también lo pensamos, pero nos da mucha risa ya.
El montaje quedó muy bien, casi ni se nota. Ese trabajo lo entregamos y las fotos ya las desterramos.
Lección aprendida: Hay que mejorar la comunicación y hay que saber de Photoshop.
Y, en serio, lean las otras publicaciones que les gustará mucho.
Fotografía: Polaroid, movie.