Ya que entraste a leerlo, te adelantamos que no es una historia de terror, aunque sí hubo unos días terroríficos. Esta es nuestra propia anécdota y queríamos escribir brevemente sobre ella desde que iniciamos nuestro blog, y consideramos que ante la situación actual sería oportuna para demostrar que las crisis siempre serán pasajeras y que servirán de trampolín para lograr cosas grandes.
No queremos centrarnos en la pandemia... Ya estamos hartos de tanto hablar de lo mismo. Queremos solo contar la que hasta hace un mes, había sido nuestra peor crisis y sin habernos casado.
En el 2015 llevábamos 5 años de noviazgo. Jhon trabajaba para una revista local en publicidad y mercadeo, vendía sus propias pinturas, daba clases de inglés y cursaba el cuarto semestre de Lenguas Extranjeras. Gisela trabajaba en un programa de gobierno que buscaba reducir la pobreza extrema en Colombia y, a la vez, apoyaba el área de comunicaciones y diseño de la Administración Municipal. Ambos recién comenzábamos en la fotografía y soñábamos una vida casados y dedicados a ella. Nos comprometimos en septiembre y nuestra boda sería el 2 de enero del siguiente año. Preparábamos todo con mucha emoción y nos proyectábamos para la nueva vida de esposos; teníamos planes de hijos, viajes, estudio y, por supuesto, de ser fotógrafos. Creíamos que podíamos seguir conservando nuestros mismos empleos y que no tendríamos preocupaciones económicas. Pero la vida, como ahora, nos enseñaba que nuestros planes nunca serán los mismos de los planes de Dios y que no hay certeza en proyectarse. Una semana antes de la boda, Jhon fue notificado que su contrato con la revista se cancelaba por una supuesta labor terminada y Gisela terminaba ambos contratos a consecuencia de cambios administrativos. Inicialmente fue un golpe fuerte para los dos y nos hacíamos mil preguntas sobre nuestro futuro; no entendíamos por qué justo en ese tiempo y en esas circunstancias; nos daba miedo atrevernos a pensar en qué pasaría después de la boda; tuvimos tres o cuatro días para asimilar todo y convertir la preocupación en una confianza total en la Divina Providencia.
Tener fe era lo único que nos sostenía. Prometimos no pensar ni hablar más sobre lo mismo y mejor esperar. No podíamos arruinar los planes ni la boda por algo que podía ser pasajero. Confiábamos en que unos pocos ahorros serían un buen sustento inicial, sabíamos que recibiríamos regalos de boda y teníamos varios compromisos fotográficos, lo que nos daba un respiro económico. Pensar en esas cosas positivas nos fortalecía y tranquilizaba y sabíamos que juntos lo enfrentaríamos. Asumimos cada día con buena actitud y prometíamos empezar nuestra nueva vida de esposos luchando por lo que tanto habíamos soñado.
Y así fue pasando: el primer mes llegó con varias bodas, una de ellas en Barranquilla y algunas otras sesiones; sobrevivimos; al segundo mes Jhon continuaba los estudios y recibió dos ofertas como profesor de inglés y continuábamos con sesiones fotográficas muy casualmente. Ya estábamos convencidos de que entregaríamos el alma a la fotografía y no renunciaríamos a lograr metas. Al tercer mes recibimos la noticia de la llegada de Josué y con él venía mucho trabajo. Fue al transcurrir los días que comprendíamos los planes de Dios y por qué las cosas iban sucediendo fuera de nuestros planes. Aprendimos que nosotros no tenemos control sobre nada y ya nos preparábamos en cómo asumir cualquier situación: confiando en Dios que tiene planes perfectos, que nos quiere felices y que inspira únicamente deseos realizables.