Todos tenemos fotografías en casa. Tenemos de nuestra familia, amigos, de nuestra infancia, de alguna celebración, de alguien que admiramos o de un lugar. Las tenemos para revivir ese momento, ese lugar o una persona. Todos en casa contamos una historia diferente con nuestras fotografías.
Para ilustrarlo, una queridísima amiga nuestra se atrevió a escribir aceptando la invitación de nuestra primera publicación. Lizeth nos tocó el alma con un breve cuento que ilustra lo que la fotografía nos recuerda:
“Eran las 3:30 de la tarde, doña Juana estaba allí, como todos los días, con su taza de café, sentada en su mecedora en el antejardín de su casa. Una casa que su padre le regaló cuando ella tenía 25 y desde entonces ha vivido sus mejores años ahí.
Se casó en los años 70 con un pintor, Juan, a quien conoció cuando compraba un cuadro para adornar la casa que años más tarde se convertiría en el hogar de ambos. Un amor loco y apasionado que los llevó a recorrer el mundo y a atesorar sus recuerdos en pinturas que Juan hacía de los lugares en los que más felices fueron. Cuadros que van desde Italia, Venecia, Madrid, París, Roma y Praga, hasta uno de los sitios más especiales para los dos: un parque a la vuelta de su casa en el que todos los domingos recordaban anécdotas de su pasado mientras alimentaban a las palomas que se aglomeraban en el lugar.
Cinco años más tarde nace Manuel, su único hijo y fotógrafo de profesión. Heredó de su padre ese amor por inmortalizar momentos. Ahora los cuadros compartían espacio con las fotografías y Manuel capturaba las experiencias más íntimas, divertidas y cotidianas de la familia: Juana haciendo galletas de mantequilla por las que Juan se derretía; Juan pintando el parque que Juana más disfrutaba visitar; Juan y Juana tomados de la mano bailando bajo la lluvia; Juan, Juana y Manuel en casa; Juan, Juana, Manuel y Santiago (hijo de Manuel); Juana todas las tardes con su café y en su mecedora. Todas esas fotografías se guardaban en un pequeño álbum familiar, que después servirían para que Juana recordara lo que el tiempo la hizo olvidar.
Un domingo en la tarde mientras Juan se alistaba para salir, como de costumbre al parque, vio que Juana no estaba, como siempre, en su mecedora ni tomando su café. Juana estaba encerrada en su cuarto. No estaba enferma. No estaba triste. No recordaba que todas las tardes a las 3:30 acostumbraba salir al antejardín. No recordaba a Juan. No recordaba a Manuel. No recordaba a su nieto Santiago. No recordaba que era feliz yendo al parque. No recordaba su vida. Fue un golpe duro. Juana se sentía desconocida, en un lugar desconocido, con personas desconocidas. Había olvidado sus segundos más felices y hasta los más tristes. Había olvidado su familia. Había olvidado el amor.
Así pasaron días, hasta completar un mes. Salió de su cuarto. Recorrió su casa. Vio una puerta en la que estaba pintado el camino que conducía al parque de siempre. La abrió y se encontró con un pequeño libro. Era el álbum en el que Manuel había guardado más de 800 fotografías tomadas desde que él tenía 15 años y otras que había recuperado del pasado de sus padres. Fue como una luz lo que traspasó su corazón y llegó hasta su cabeza. Recordó el día en que conoció a Juan y la primera vez que vio Manuel, la ilusión de recibir a Santiago, la emoción de preparar las galletas y su café, sus viajes, su amor, su casa, su hogar, su nieto, su hijo. Los caminos recorridos. Todo volvió a ella como si no se hubiera ido nunca y ella volvió a ser quien nunca debió dejar de ser.
Salió del cuarto y vio las pinturas de Juan. Le recordaron días alegres y lugares mágicos. Caminó hacia él y el llanto fue inevitable. Pero era un llanto de quien vuelve a reencontrarse, de quien vuelve a vivir.
Segundos después llegó Manuel y con una mirada enternecedora se dio cuenta de que ahí estaba nuevamente su madre, que había vuelto. Que los instantes capturados en una foto habían sido la memoria de su mamá. Fue un instante conmovedor, alegre, único, que también quedó en una fotografía puesta en una mesita en la mitad de la sala y junto con las más de 800 fotos organizadas en un mural y una frase: Lo que la fotografía nos recuerda.
Continuó la historia con café, juegos, tardes de lluvia y recuerdos en muchas fotos.”
A Lizeth le agradecemos por compartirnos este hermoso escrito y darnos paso a la reflexión: ¿Qué historia cuentan nuestras fotografías? ¿Qué nos recuerdan? Más allá de la reflexión que hagamos, quisiéramos dejar una invitación para que busquemos y organicemos nuestras fotografías en casa y reconozcamos el valor que les damos, el estado en el que están, donde las tenemos ubicadas; todo eso nos dará la respuesta.
De manera personal y profesional, tenemos dos conclusiones. La primera es que atesoramos todos nuestros recuerdos en fotografías impresas en libros, portarretratos y cuadros; y seguimos escribiendo nuestra historia familiar valorando los momentos como un tesoro para nuestros hijos. La segunda, es que hemos tomado miles de fotos para cientos de personas y nos emociona saber que somos creadores de invaluables recuerdos que ayudan a construir cada historia.
Compártenos qué te recuerda tus fotografías y cómo guardas tus mejores momentos.
Gracias por leernos.
Gisela, Jhon y el bello cuento de Lizeth.
(Fotografía: Foto de Vintage creado por freepic.diller - www.freepik.es)